Quizás el quiebre. La ruptura. La ponchera estrellándose contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos y el vino que brota como sangre y mancha la alfombra. Quizá venga mamá y me pegué un buen grito o a lo mejor llega antes papá con la correa en la mano. Si no lo llama el estrepitoso llanto del vidrio, lo llama la voz acalorada de mamá. Es el cuero contra la piel blanda, el frío metal de la hebilla y el rojo del carmenere en el suelo…los golpes que reverberan en mi orgullo. Mi madre sentada atrás ve con avidez la escena. Yo rehúyo su mirada, las lágrimas saltan violentas. Mi cuerpo adquiere ritmo, y así lo hacen los gemidos. Mi padre es un director de orquesta. Golpe tras golpe, la impotencia y al fin… el cierre del concierto. Observo el vino en el suelo y sonrío, al menos no lo alcanzó a beber. Y ahora llega la pregunta. Mamá me mira desafiante, anticipando que no voy a decir la verdad. Es un acuerdo tácito entre ambas, una vez ebria me amenazó y me contó que pasaría si lo rompía. El quiebre. Quizás la ruptura. Y en la mesa, regocijándose en vino, la ponchera.
viernes, 29 de abril de 2011
viernes, 4 de marzo de 2011
Fuego, papel y cenizas
Fuego, papel y cenizas
Prenderle fuego. Sí, dejárselo a las llamas. Dejárselo al tiempo. Jugar un poco, aunque sea un momento al olvido, y quizás algún día pueda quemarlo realmente todo.
Incendiar el Recuerdo, incendiar la angustia; el moretón de la mejilla, las lágrimas mezcladas con su propia sangre.
Alguna vez lo amó, lo recibía sin temor en sus brazos.
Ahora no sabe si le teme o lo quiere.
Ahora no sabe si le teme o lo quiere.
El tiempo a veces resulta ineficaz para maquillar algunas cicatrices. Esas que provienen de heridas profundas y que sus caricias algunas veces develan. Maldice esas noches en que sus besos dejan un dejo amargo en su boca, y en que sus dedos al rozarle el cuello, reviven el nudo en la garganta.
La humillación. El no poder hacer nada.La impotencia y la cobardía que descuella por dentro.
Sus gritos, el golpe y ella, ella con sus lágrimas, el dolor del sexo.
Sus gritos, el golpe y ella, ella con sus lágrimas, el dolor del sexo.
Desde entonces no fue el mismo. Ambos cambiaron. Su perfume a lodo y pan fresco nunca volvió a ser lo que era. Sus labios dejaron de evocar los tiempos de la casita del árbol y su compañía nada más ocultaba una bien conocida sombra.
¡Juguemos al olvido! Que el fuego se lleve la memoria, que envuelva a la muñeca rota, que tape su desnudez para no volver a despertar llorando por no encontrar su vestido.
Sus manos en el seno desnudo, el quiebre de la voz, el del alma, la muñeca rota… embestida
Y odio al mismo llanto que no se lleva nada, ni siquiera la sensación, la maldita suciedad que lleva impregnada en el cuerpo.
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