Fuego, papel y cenizas
Prenderle fuego. Sí, dejárselo a las llamas. Dejárselo al tiempo. Jugar un poco, aunque sea un momento al olvido, y quizás algún día pueda quemarlo realmente todo.
Incendiar el Recuerdo, incendiar la angustia; el moretón de la mejilla, las lágrimas mezcladas con su propia sangre.
Alguna vez lo amó, lo recibía sin temor en sus brazos.
Ahora no sabe si le teme o lo quiere.
Ahora no sabe si le teme o lo quiere.
El tiempo a veces resulta ineficaz para maquillar algunas cicatrices. Esas que provienen de heridas profundas y que sus caricias algunas veces develan. Maldice esas noches en que sus besos dejan un dejo amargo en su boca, y en que sus dedos al rozarle el cuello, reviven el nudo en la garganta.
La humillación. El no poder hacer nada.La impotencia y la cobardía que descuella por dentro.
Sus gritos, el golpe y ella, ella con sus lágrimas, el dolor del sexo.
Sus gritos, el golpe y ella, ella con sus lágrimas, el dolor del sexo.
Desde entonces no fue el mismo. Ambos cambiaron. Su perfume a lodo y pan fresco nunca volvió a ser lo que era. Sus labios dejaron de evocar los tiempos de la casita del árbol y su compañía nada más ocultaba una bien conocida sombra.
¡Juguemos al olvido! Que el fuego se lleve la memoria, que envuelva a la muñeca rota, que tape su desnudez para no volver a despertar llorando por no encontrar su vestido.
Sus manos en el seno desnudo, el quiebre de la voz, el del alma, la muñeca rota… embestida
Y odio al mismo llanto que no se lleva nada, ni siquiera la sensación, la maldita suciedad que lleva impregnada en el cuerpo.