Quizás el quiebre. La ruptura. La ponchera estrellándose contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos y el vino que brota como sangre y mancha la alfombra. Quizá venga mamá y me pegué un buen grito o a lo mejor llega antes papá con la correa en la mano. Si no lo llama el estrepitoso llanto del vidrio, lo llama la voz acalorada de mamá. Es el cuero contra la piel blanda, el frío metal de la hebilla y el rojo del carmenere en el suelo…los golpes que reverberan en mi orgullo. Mi madre sentada atrás ve con avidez la escena. Yo rehúyo su mirada, las lágrimas saltan violentas. Mi cuerpo adquiere ritmo, y así lo hacen los gemidos. Mi padre es un director de orquesta. Golpe tras golpe, la impotencia y al fin… el cierre del concierto. Observo el vino en el suelo y sonrío, al menos no lo alcanzó a beber. Y ahora llega la pregunta. Mamá me mira desafiante, anticipando que no voy a decir la verdad. Es un acuerdo tácito entre ambas, una vez ebria me amenazó y me contó que pasaría si lo rompía. El quiebre. Quizás la ruptura. Y en la mesa, regocijándose en vino, la ponchera.